Es maravilloso que, después de tantos años de rigidez intelectual, la ciencia y la filosofía oriental por fin se hayan dado la mano. Y es que cada vez más estudios científicos en todo el mundo, sobre todo gracias a los descubrimientos de la mecánica cuántica, reconocen que gran parte la sabiduría oriental milenaria se corresponde directamente con los descubrimientos de la física más moderna: que no existe una realidad objetiva fuera de la mente, que el observador altera lo observado, que el vacío es la fuente o posibilidad de cualquier cosa, etc.
A día de hoy y gracias a la neurociencia, se conoce algo más de esa maravillosa directora de orquesta que es nuestra mente. Pero desde luego, todavía estamos muy lejos de comprender todos sus procesos, funciones y capacidades.
Algunas cosas que debes saber sobre el cerebro
La mente, a día de hoy, sigue siendo algo indefinible, inmaterial, algo con poderes extraordinarios que no se sabe muy bien qué es ni dónde está.
Sin embargo, sí sabemos algunas cosas que resultan muy útiles a la hora de procurarnos bienestar y felicidad; algunos procesos que nos ayudarán a controlar lo que pensamos y lo que sentimos para poder cambiar patrones de conducta.
Echemos un vistazo rápido a las capas del cerebro. No te asustes, es entretenido y muy útil, pues cuanto mejor conozcas a ese amigo influyente y con plena capacidad para hacerte feliz, mayores posibilidades tendrás de serlo.
- El tallo cerebral: Es la parte más antigua del cerebro en el proceso evolutivo y se ocupa de funciones básicas involuntarias, como la respiración, metabolismo, circulación, etc.
- La región límbica: Esta capa se desarrolló posteriormente y se ocupa de funciones relacionadas con la supervivencia (alimento, protección, etc).
- La neocorteza: Es la capa más reciente, evolutivamente hablando. Se encarga de razonar y gracias a ella podemos realizar fórmulas matemáticas, hablar, pintar cuadros, componer música o resolver problemas.
Pero… ¿cómo funciona el cerebro?
Al igual que ocurre con todas los sistemas del organismo en general, el funcionamiento del cerebro y las neuronas es absolutamente fascinante, sobre todo al descubrir la cantidad de complejos mecanismos involucrados en nuestra supervivencia y en nuestra felicidad. Cuando descubres todos los esfuerzos que tu mente y tu cuerpo hacen por ti, te dan ganas de gritar: gracias, gracias, gracias. Sí. Te dan ganas de agradecer, por encima de todas las cosas, la vida.
En realidad, lo que ven no son los ojos, ni lo que oyen los oídos, ni lo que nos pica es la piel, ni es la mano la que rasca. Sí, todos ellos, al igual que todo nuestro organismo, están involucrados en infinidad de procesos. Pero la directora de orquesta, es la mente, y el cerebro, su centro de operaciones. Es ella quien interpreta las ondas que ven los ojos y los oídos; es ella la que detecta el picor en la piel y la que ordena a la mano que rasque. Evidentemente todo esto ocurre en un período de tiempo imperceptible, pero sí, es ella la responsable.
Absolutamente todo lo que hacemos, pensamos o sentimos (desde transportar los nutrientes en la sangre hasta recordar algo) requiere una complejísima intervención e intercambio de señales electroquímicas orquestadas desde el cerebro.
Echemos un vistazo al comportamiento a las responsables de tan extraordinario centro de operaciones: las neuronas.
Las neuronas, unas chismosas de mucho cuidado
Las neuronas son las células responsables de nuestra actividad mental. Estas células son muy chismosas, les encanta pasarse información de unas a otras. Y lo peor de todo, se comunican con todas las células del organismo. Cada vez que una neurona se comunica con otra, el mensaje es enviado en forma de molécula a través de los neurotransmisores.
Bien, ahora veamos por qué estas chismosas tienen la capacidad de proporcionarnos felicidad o desdicha.
En principio, el hecho de que las neuronas se comuniquen, no tendría por qué ser negativo en ningún aspecto. El problema, es que tienden a establecer cierto tipo de vínculo entre ellas. Es decir, tienden a contarse los mismos chismes una y otra vez.
Pongamos un ejemplo concreto. Imagina que durante tu infancia caíste accidentalmente a una piscina. Aquel momento fue traumático, ya que pasaste miedo porque no sabías nadar y durante unos instantes sentiste que te ahogabas. Este acontecimiento se hizo muy popular entre tus neuronas, de manera que todas ellas aprendieron a relacionar el concepto “agua” con el de “miedo”. Y desde hace años, cada vez que pasas el día en la piscina o cuando vas a la playa, sientes miedo. Jamás te metes en el agua. Y tus neuronas lo saben y se cuentan el chisme de nuevo. Cuando una idea se reafirma en tu mente durante mucho tiempo, se establece una red neuronal que relaciona hechos, conceptos o emociones de manera automática.
Así, a no ser que cambies ese patrón de conducta y tus neuronas empiecen a contar un chisme diferente sobre lo divertido que es bañarse en una piscina, lo más probable es que sientas miedo al agua durante toda tu vida.
¿Se pueden alterar las redes neuronales?
Sí, y a eso se le llama plasticidad del cerebro. O como dicen los orientales, flexibilidad. Pero para poder cambiar una red neuronal, para desligar dos conceptos, para poder bañarte en la piscina libremente y sin sentir miedo, es necesario que cambies ese patrón de pensamiento y que lo hagas muchas veces, para establecer así una nueva red neuronal.
El cerebro tiene plasticidad. Puede cambiar. Tiene la capacidad de volver a reconstruirse o modificarse, pero para ello es necesaria tu implicación consciente.
Un buen método para conseguirlo es a través de la meditación. Está demostrado que meditar regularmente, durante mucho tiempo, altera algunas estructuras del cerebro y, sobre todo, ayuda a deshacer ciertas redes neuronales que nos condenan a repetir patrones de conducta destructivos.
La atención es la clave
El primer paso para poder alterar ciertos patrones, miedos, fobias o hábitos dañinos es prestar atención, estar alerta a nuestros actos y pensamientos. Después, es preciso hacer consciente ese patrón de pensamiento, reflexionar y alterarlo. Por ejemplo, vemos una piscina y sentimos miedo. Ante todo, debo darme cuenta de que lo estoy pensando, de que he relacionado la piscina con el miedo. Después, reflexiono para poner atención sobre el hecho de que si aprendo a nadar, podré mantenerme a flote, de que soy perfectamente capaz de aprender a nadar y de que pasar un rato en la piscina puede ser una experiencia gratificante. Solo cuando me atrevo a salir de mis propios prejuicios, soy capaz de evitar la condena de vivir una y otra vez los mismos comportamientos.
La visión oriental del vacío
El vacío es uno de los términos más utilizados por las filosofías orientales que suele malinterpretarse en nuestra civilización. Cuando el budismo nos habla de vacío, no quiere decir que todas las cosas estén huecas o carentes de sentido, no tiene que ver con la nada, sino todo lo contrario. Emplean el término vacío como fuente de todas las cosas, o lo que la Física Cuántica llama estado base.
Aplicar el vacío a los procesos mentales implica deshacer esas redes neuronales. Implica deshacer prejuicios o ideas preconcebidas. Implica vivir la vida como la vive un bebé o un niño o niña pequeña, sin expectativas, sin juicios, sin definiciones, abiertamente, dejando que surja la posibilidad de cualquier cosa.
Esa es la finalidad de la meditación: concebir los mecanismos de la mente -los pensamientos- como su función natural; como procesos naturales, pero sin darles credibilidad. Es decir, es normal que la mente piense, pero la naturaleza última de la mente es el vacío, es decir, la posibilidad de todo.
Hay una parábola budista que lo refleja muy claramente. Imagina una pepita de oro llena de barro y otra limpia. ¿Cuál es más valiosa de las dos? Las dos, está claro, solo que una está limpia y la otra cubierta de tierra. Las dos tienen la capacidad de brillar, las dos tienen un valor. Es decir, la mente, cuya naturaleza es la claridad, puede estar simplemente enturbiada de pensamientos y de ideas preconcebidas. Pero gracias a su plasticidad (o flexibilidad) tiene la capacidad de convertirse en un terreno fértil. Posee en su interior la capacidad de sentir o pensar cualquier experiencia.
La relatividad de las experiencias
La Física Cuántica es la ciencia que estudia el comportamiento de la materia en el nivel atómico o microscópico. Es decir, estudia el comportamiento de las partículas de las cuales está hecha la realidad material. No vamos a entrar en complejas explicaciones, aunque te recomendamos encarecidamente que, si todavía no conoces los fundamentos de la física cuántica, te pongas con ello cuanto antes, pues es en extremo interesante y te ayudará a comprender el mundo y la realidad desde un punto de vista mucho más esperanzador que la visión determinista de la física clásica.
Sigamos. Dentro de la Física Cuántica existe un principio llamado “principio de incertidumbre” o “principio de Heisemberg”, según el cual la Ciencia es incapaz de medir a la vez la posición y la velocidad de una partícula, ya que el mero hecho de medirla interfiere en el resultado. Esta es una de las premisas más reveladoras de la Física Cuántica, que sugiere que la valoración de nuestras experiencias depende sobre todo del baremo con el que las medimos, actuando como tal nuestra mente y nuestros pensamientos. O sea, que una misma experiencia puede ser terrible o maravillosa, dependiendo de nuestra percepción, no de una realidad objetiva.
Cada cosa que nos ocurre, está condicionada por nuestro “método de medir” y por nuestras redes neuronales. Así, nuestro punto de vista o de partida convierte en real una experiencia absolutamente subjetiva.
Por eso, las filosofías orientales insisten en señalar que la felicidad no está en los acontecimientos externos, sino en el modo en que los vivimos en cada experiencia. Es decir, que la felicidad está dentro de cada persona, en esa naturaleza brillante que es nuestra mente, capaz de convertir cualquier experiencia en satisfacción o infelicidad, y que alberga dentro sí la posibilidad de cualquier cosa.