Si crees que lo que te define es la cobardía, la timidez, la ira, la hiperactividad, el fracaso, el miedo o cualquier otra definición que te impide alcanzar la felicidad, quizá haya llegado el momento de descubrir que, en realidad, no eres nada de eso. Crees que lo eres porque es lo que aprendiste en la infancia y es lo que te has repetido a lo largo de la vida, buscando trabajos, personas, relaciones y circunstancias que corroboren que, efectivamente, eres así.
El nuevo y más moderno paradigma de la ciencia establece, según los principios de la física cuántica, que la realidad es múltiple y que se define en función del observador. Estoy convencida de que, trasladando esta idea científica a nuestro día a día, soy yo misma quien genero con mis pensamientos, mi actitud y mi energía aquellos acontecimientos que “corroboran” mi versión de la realidad.
Creemos que nos conocemos
Solemos tener una idea preconcebida de quiénes somos en función de nuestras experiencias a lo largo de la vida, sobre todo de las más primaras (las de la infancia). Aquello que vivimos en la niñez (amor, rechazo, cobijo, desamparo…) fue la materia prima con la que construimos nuestras primeras redes neuronales que nos sirvieron para desenvolvernos y adaptarnos al medio que nos tocó vivir. Las cosas que aprendimos en aquel momento quedaron poderosamente instaladas en el subconsciente.
Nuestro cuerpo es una máquina extraordinariamente sofisticada que, al igual que ocurre con todas las manifestaciones de la naturaleza, está preparada para rendir el máximo con el mínimo esfuerzo. Por ello, el cerebro desarrolla unas redes neuronales que nos permiten retener el aprendizaje, siendo capaz de generar pensamientos y reacciones automáticas sin tener que pasar una y otra vez por la misma experiencia. Esto tiene sus pros y sus contras. Por una lado nos permite ahorrar energía pero, por otro, nos condena a repetir “actos automáticos” generados como mecanismo de defensa en un momento de nuestra vida que ya nada tiene que ver con el momento actual.
Uno de los más recientes e interesantes descubrimientos de la neurociencia es la plasticidad del cerebro. ¿Qué quiere decir esto? Que esas redes neuronales puedes deshacerse y reconstruirse de diferente manera. Por supuesto, cambiar patrones no es tarea fácil, pero existen técnicas como la meditación o la atención consciente, que suponen herramientas muy válidas para conseguirlo. Pero, antes de proponer soluciones, vamos a intentar comprender qué significa todo esto.
¿Por qué siempre me pasan las mismas cosas?
Imagina que en la infancia tuviste una madre que te lo entregó todo sin dejar que te esforzaras en conseguirlo. Una madre sobreprotectora que no te educó en el esfuerzo ni la disciplina, que puso todo al alcance de tu mano sin que tuvieras que hacer nada, ni siquiera mostrar respeto. Lo más seguro que es que, en la edad adulta, te hayas convertido en una persona egocéntrica convencida de que merece tenerlo todo a cambio de nada. Lo más curioso es que, con toda seguridad, lo que encuentres a lo largo de la vida sean situaciones, trabajos o personas que te lo ofrezcan todo a cambio de nada. ¿No has conocido personas así? Y al contrario, ¿no has conocido personas convencidas de que todo les sale mal y a las que, efectivamente, todo les sale mal, como por arte de magia?
Estoy segura de que realmente se trata de algo parecido a la magia. El profundo interés que he sentido desde que era niña por la existencia, el mundo y el conocimiento de mi propia persona me han llevado al convencimiento de que, aunque la ciencia todavía no pueda probarlo, desprendemos una energía acorde a nuestros pensamientos capaz de atraer lo semejante. De hecho, estoy segura de que no hace falta hacer ni decir nada. Emitimos una especie de “información sutil” que la propia vida, las personas y las situaciones detectan de manera inconsciente y nos ubican allá donde hemos decidido ubicarnos nosotros mismos.
De esta manera, somos capaces de detectar a kilómetros de distancia cuáles son aquellas situaciones, relaciones o personas que nos devuelvan aquella realidad que hemos creado en nuestra mente. Por ejemplo, si nos consideramos víctimas encontraremos verdugos, si nos consideramos verdugos encontraremos víctimas. Si somos esa clase de personas capaces de darlo todo a cambio de nada, encontramos chupópteros una y otra vez que se queden con nuestra energía y recursos sin ofrecer absolutamente nada a cambio. En definitiva, encontraremos aquello que ratifique lo que ya “sabíamos”.
Lo peor es que no nos damos cuenta
A lo mejor estás pensando “bueno, algunas situaciones sí se repiten en mi vida, pero no todas. Y además, no puedo saber de primeras con qué me voy a encontrar”. Pues bien, tengo una teoría. Creo que, como he dicho, somos capaces de detectar esa información sutil a distancia, sin que ocurra nada. Una vez hemos detectado que ese trabajo o esa persona va a confirmar la realidad que yo conozco, entonces ya me encargaré yo de encontrar en ese trabajo o esa persona aquellos rasgos positivos que justifiquen mi acercamiento.
Por ejemplo, imaginemos una persona con tendencia a darlo todo a cambio de nada (fuente). Ahora imaginemos una oferta de trabajo que supone mucho dinero al mes (chupóptero). Lo más seguro es que esa persona acabe justificando que sigue en ese trabajo porque le ofrece un buen sueldo al mes, un reto personal, prestigio profesional (o cualquier otra excusa), aunque a cambio de esas “grandes ventajas” se deje la vida, no tenga tiempo para su familia y termine siendo profundamente infeliz. Lo que sea con tal de no admitir que, simplemente y una vez más, ha elegido maltratarse a sí misma.
Lo mismo ocurre a nivel personal: un amante/verdugo que nos satisface sexualmente, un marido/chupóptero con un exquisito sentido del humor, una amiga/serpiente que nos muerde una y otra vez pero que evita el esfuerzo de tener que hacer nuevas amistades… y un largo etcétera.
Por supuesto, hay excepciones. Dependiendo de la fuerza del “personaje” de cada cual, una víctima (por ejemplo) puede topar con una supervíctima ante la cual puede actuar como verdugo, etc. Estoy convencida de que todos reaccionamos ante la información sutil que tenemos delante. Quiero decir que resulta fácil ofrecer regalos al experto en recibirlos, faltar al respeto a alguien que no se respeta o mostrar sumisión ante quien rebosa poder. Sobre todo cuando no tenemos claro “quiénes” somos. También estoy segura de que, cuanto más desenmascaramos nuestro propio personaje, más fácil resulta desenmascararlo en los demás.
¿Por qué, aunque lo veo, no puedo cambiarlo?
Porque esos comportamientos automáticos, ese personaje que construimos en la infancia, está arraigado en un lugar del subconsciente al que resulta muy difícil acceder.
Por ejemplo, ahora que soy adulta comprendo que nada de lo que ocurrió en mi infancia fue mi responsabilidad, que merezco dar y recibir amor o felicidad como cualquier ser humano y, sin embargo, las cosas que hago cada día no van en esa dirección, sino en la contraria. Digo que merezco amor y respeto pero no me cuido, como mal, no hago ejercicio, tengo un trabajo estresante, mantengo un matrimonio aunque no estoy enamorada o sigo saliendo con amigas con las que ya no tengo nada en común. O, por el contrario, soy consciente de mi egoísmo y de que tengo que aprender a dar pero, por alguna extraña razón, solo me encuentro con gente que desea cuidarme y me lo da todo, gente de la que resulta fácil aprovecharse, y termino por dejarme querer, sin más. ¿Por qué? Porque la solución está en el inconsciente, en esas redes neuronales poderosamente establecidas.
¿Cómo cambiarlas, entonces?
Soluciones para cambiar los automatismos
En base a mis propias experiencias, ahí van algunas sugerencias:
Empezar por lo básico
He hablado de víctimas y verdugos para facilitar una explicación sencilla, pero en verdad pienso que los personajes que construimos son mucho más complejos y menos simplistas. Puesto que es difícil definir nuestro personaje o determinar qué es lo que queremos (más allá de lo que creemos que queremos), me parece una buena idea empezar por lo más básico, que es el amor. Está claro que, en último término, todos queremos ser capaces de amar y ser amados. Lo que hagan los demás no está en nuestras manos, pero somos responsables de aquello que podemos hacer nosotros. Si queremos amor, hemos de darnos amor. Estoy convencida de que, empezando por lo más terrenal, podemos alcanzar lo más sutil. Creo que comer bien, hacer ejercicio, eliminar tóxicos, mimarse con productos naturales, dormir bien y, en definitiva, cuidarse, es el mejor “primer paso”. Cuando a nivel físico desaparecen las toxinas, empezamos a ver con claridad el camino para eliminar también las toxinas emocionales. Y ni siquiera hace falta reflexionar… las respuestas llegan solas.Jugar a hacer lo contrario
Te propongo un juego. A partir de hoy busca situaciones no demasiado comprometedoras en las que puedas probar a interpretar un personaje completamente diferente del que “crees que eres”. Por ejemplo, si crees que eres demasiado complaciente, empieza a no serlo (no digas buenos días cuando entres a la cafetería, no des las gracias cuando te devuelvan el cambio, etc). O si crees que eres demasiado dependiente prueba a irte de vacaciones (o al cine, o a un bar) en soledad. Quizá a primera vista te parezca algo absurdo o radical, pero te aseguro que es una experiencia verdaderamente reveladora. Enseguida descubrirás que, si te das permiso, puedes “ser” el personaje que de la gana, uno que te guste más que el que “eres” ahora. El verdadero trabajo de este ejercicio es practicar el desapego… el desapego incluso al personaje que nos hemos creado y a nuestras creencias. Ten en cuenta que encontrarás mil excusas para no hacerlo (“voy a quedar mal” “cuando se entra a un sitio hay que decir buenos días”, “me voy a aburrir en soledad si estoy de vacaciones”…), pero te invito a que lo intentes y a que, lejos de aplicar moralina, te lo tomes como un juego.Paciencia
Ya de por sí, detectar o definir nuestro personaje es complicado. Conocernos en profundidad y saber quiénes somos en realidad o cual es nuestra misión en el mundo es aún más complicado. Pero lo más complicado de todo es poner esa maquinaria en marcha, cada día. Puesto que llevamos toda la vida reforzando los mismos patrones, es obvio reconocer que, sobre todo al principio, seremos bastante torpes al empezar a desenvolvernos de otra manera. La paciencia es una gran virtud y perdonarnos por no hacer las cosas bien a la primera (o a la décima) también.Atención, atención y más atención
Considero que esta es la herramienta más útil y necesaria. La única manera de detectar nuestros patrones de conducta destructivos, de autoconocernos y de cambiarlos es prestar mucha atención, aquí y ahora, en cada circunstancia, en cada conversación, en soledad, siempre. Te sugiero que compres un cuaderno personal que puedas llevar siempre encima en el que anotes cada cosa que vayas descubriendo: cómo me siento con esta persona, con este trabajo, cómo actúo, qué reacciones tengo… tengo ganas de tirarme a la piscina o tengo ganas de huir, etc.Detener el movimiento compulsivo
El estrés, las responsabilidades y el ritmo frenético de nuestra sociedad no son los mejores aliados del cambio personal. Además tendemos a evadir el vacío y el silencio, porque detener nuestra adicción a los estímulos nos provoca un vértigo insoportable. Cada vez que escuchamos el silencio o sentimos el vacío de nuestras vidas, tendemos a rellenarlo inmediata y patológicamente con más y más estímulos que enmascaren el silencio. Por ejemplo, cuando estamos tristes corremos a tomar unas copas con amigos, a hacer un viaje o a manipular la vida para generar cualquier experiencia que nos hagas sentir “vivos”. Pero, ¿de qué clase de vida hablamos cuando, en verdad, nos la pasamos representando un personaje? Cuanto más intuyo que mi vida no tiene sentido, más ganas me entran de colgar fotos en Facebook para que todo el mundo vea lo feliz que soy. Pero… ¿cuán real es esa felicidad? Mi experiencia me ha demostrado que asumir el vacío, asumir que nos hemos equivocado, asumir el silencio, aceptarlo y “sufrirlo” con disciplina y compromiso es el primer paso hacia la auténtica felicidad. Porque solo en el silencio somos capaces de escuchar esa vocecita interior, ahogada entre tanto ruido, que suspira por ser reconocida y escuchada. Así que mi consejo es: ¡Para! Permítete escuchar el silencio, deja de buscar estímulos de manera compulsiva, deja de inventar e interpretar personajes y atrévete a abrir esa puerta… puede que al principio sientas algo de miedo, pero descubrirás que, detrás de las sombras y el miedo, solo existe la perfección y el equilibrio que es, en último término, lo que somos todos.